martes, 23 de abril de 2019

De las fábricas de nuestro mundo globalizado parten a diario dos tipos de camiones: uno de ellos se dirige a los grandes almacenes; el otro, a los vertederos. El cuento de la modernidad autocomplaciente en el que hemos crecido nos ha adiestrado para advertir sólo el primer tipo.
En su último libro, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, catedrático emérito de las Universidades de Leeds y Varsovia, hace que reparemos en el segundo tipo y contemplemos muchos de los aspectos de la sociedad actual bajo el prisma de la espinosa cuestión de la eliminación de los residuos. Si ya en las primeras décadas del siglo pasado pensadores como Heidegger señalaron la “avidez de novedades” como el rasgo dominante de nuestra existencia social, Bauman incide ahora en el reverso más ingrato de esa desaforada pasión por lo novedoso: un estado de incesante producción de basura, que requiere su pronta eliminación para hacer sitio y dejar paso a nuevos objetos de consumo.
Ahora bien, con tales consideraciones, Bauman hace algo más que apuntar a una mera cuestión técnica. Este brillante analista del mundo contemporáneo, que dice haber aprendido de Borges más que de ningún sociólogo acerca de la incurable ambivalencia de la condición humana, extiende la metáfora de los desechos a esas poblaciones de emigrantes, refugiados y demás parias resultantes del proceso de globalización económica para sentar un diagnóstico inquietante: nuestro planeta está lleno. No en el mero sentido geográfico o físico, sino en el sentido socioeconómico y político de los mecanismos de producción de bienestar y de los espacios donde depositar sus sobrantes. A quienes hablan en tono grandilocuente de nuestra civilización como la mayor productora de riqueza, se les replica aquí con rotundidad: también es la mayor productora de residuos humanos y estamos a las puertas de una aguda crisis en la industria de eliminación de los mismos.
Como explica Bauman, la modernidad fue desde el inicio una época de grandes migraciones, en la que los excedentes de población que no hallaban en su país de origen medios de subsistencia eran instados a trasladarse a otros lugares del planeta (las “regiones subdesarrolladas”), que les prometían mejores oportunidades. Se aplicaba así una solución global a un problema local de superpoblación. Esta situación se modifica drásticamente en nuestros días. Al ir desapareciendo un afuera del proceso de modernización, sucede lo contrario: todas las localidades, incluidas las altamente modernizadas, han de cargar con las consecuencias indeseables del triunfo global de la modernidad. En todas partes se incrementa el número de hombres carentes de medios de subsistencia, mientras el planeta se queda sin espacio donde reubicarlos.
Pese a lo desalentador del panorama que dibuja, Bauman prefiere mantener el estilo sobrio, incisivo, en ocasiones irónico, mas nunca pesimista, que le caracteriza, salpicado de referencias literarias, abundante en la vívida descripción de nuevas figuras y fenómenos sociales y eficazmente guiado por una lúcida comprensión de las diferencias en las pautas de existencia que estos cambios introducen en nuestro entorno cotidiano. En este punto, Bauman otorga una resonancia especial a planteamientos como los de Hans Jonas a favor de una mayor conciencia ecológica planetaria y una ética de la responsabilidad. Apela también a la necesidad de una mayor solidaridad mundial, pero insiste en mostrarnos hasta qué punto no estamos ante un problema de otros seres humanos, de parias y extranjeros, ni son “los otros” el problema: “no-sotros” formamos parte de él y estamos destinados a percibir de forma cada vez más intensa las consecuencias perversas de la modernización.
La reducción de las medidas de la dignidad del habitar humano no es sino un ejemplo más de este fenómeno de saturación, que Bauman analiza aquí de forma magistral en relación a los nuevos perfiles de marginación que genera. Prosiguiendo consideraciones anteriores sobre la fluidez de las identidades emergentes en la actual “modernidad líquida”, dedica páginas particularmente interesantes a la llamada generación X, la de sujetos nacidos en los 70 en países desarrollados, en la que ha aumentado el índice de depresiones, ligadas a una situación generalizada de precariedad laboral, falta de lazos sociales sólidos y de confianza en compromisos afectivos o profesionales duraderos. Los habitáculos temporales de la generación X y los centros de permanencia temporal de los sin papeles homologan en un mismo plano a unos y otros parias, viene a decirnos Bauman.